La tentación del activismo

Somos seres sociales se dice hasta el hartazgo. Esto no puede negarse por ningún medio, se esté de acuerdo o no. Y una de las pruebas es que aún siendo ermitaños, los hombres y las mujeres buscan estar en relación con alguna otra criatura, sea humana o no.
La necesidad de un reflejo del otro es indispensable para nosotros. Nos significa, nos integra no sólo en nuestra circunstancia sino en nuestro interior. Nos compone, en el sentido amplio del término.

¿Qué pasa con nosotros cuando desnaturalizados de los lazos amorosos y solidarios que pujan en todo corazón antes de ser herido, nos vemos inmersos en una realidad despiadada, mórbida, degenerante, mortal?

Muchos optan por el escepticismo, otros por el ostracismo, otros se sienten compelidos a zambullirse en los conflictos como un modo quizá no consciente de inmolarse. Inmolación en la mayoría psicológica, que puede conducir a una espiritual en el peor de los casos, física en los más trágicos. Algunos combinan estas y otras alternativas.
La cuestión es que muchos poderes reinan en este mundo -hoy globalizado, que transitamos- y nos traspasan, como dice Foucault, incluso corporalmente.

El dar la vida o no por una causa no siempre es algo que se tenga claro, no siempre es una decisión meditada o madurada, no siempre es una decisión sabia y heroica.

Algunas personas dan la vida porque su existencia se ha vaciado de sentido… entonces se entregan.

Otras no tienen alternativa: es lo que forma parte de su destino.
Pienso en la gente en zonas de guerra, en los refugiados, en los que forman parte de zonas de pobreza extrema y condiciones ambientales que hacen imposible -aún con mucho deseo personal- hacer algo para salir de esta situación.
Pienso en los que prefieren morir ahogados cuando cruzan en balsas dando lugar a la esperanza de llegar a otro territorio, donde aunque sea se pueda sobrevivir en la pobreza y la marginación. Incluso algunos de ellos mueren por balas del primer mundo. Ese ir a lo que guarda un resquicio de luz en medio de un futuro incierto y peligroso, que siempre es mejor que vivir hasta consumirse, mientras ven desintegrarse también a los que aman, en lo que se sabe inexorable, un fin «cantado», dictado.
Todos los seres nos revelamos a un fin impuesto.

La metamorfosis se muestra en un espíritu que se va tornando cínico, ácido, desconfiado.
De tanto ver la miseria o la falta de integridad quienes la contemplamos nos vamos secando por dentro, hasta ser nosotros mismos miserables, maníacos depresivos, excesivos en todo, faltos de dulzura, incapaces de ternura, racionales al extremo en el pensamiento y bestiales en los apetitos.
Al recordarnos -si es que podemos recordarnos- no nos conocemos muchas veces, porque la supuesta madurez ha venido acompañada de la pérdida de vitalidad y brillo, de la inconstancia en el carácter, al ritmo vertiginoso de los acontecimientos, donde ya no queda quién no sea ciclotímico o indolente como extremos que nos escudan, de algún modo, de morir de pena.

Hay rabia, hay furia, tristeza. Hay dolor que tantas veces ni siquiera se puede confesar por la necesidad de cuidar el costado débil.
Desde ese lugar muchos disparan con palabras, disparan con armas, disparan con silencios de tumba frente a la injusticia o con una violencia que intenta exorcizar la pérdida de horizonte.

¿Qué postura tomar?
¿Hasta dónde poner el cuerpo?
¿Qué es sabio? ¿rescatar lo que queda de bello y bueno, o destruir al que identificamos como agente dispensador de sufrimientos?

Cada cual sabrá y tendrá sus posiciones.

Esto depende de cómo se vea lo que llamamos realidad. Hay gente que cree en la reencarnación, en el karma, en la ley de atracción o causa y efecto. Hay gente que no cree en nada. Hay personas que piensan que el fin justifica los medios, que una vida arrebatada es legitimo acto si por ello se evitan más muertes.

Hay gente pudriéndose en la cárcel por haber compartido enlaces de internet, y violadores de niños conviviendo bajo impunidad incluso con sus propias víctimas, en sus propias familias, sin que nadie los perturbe, siendo aceptados socialmente.

Mucha gente piensa que la vía del individualismo es la única salida porque no tolera la toma de conciencia: se hace insoportable el conocimiento.
Como sabemos éste trae responsabilidad: entonces mejor no tenerlo.

Otros se sienten respaldados por ese conocimiento para reaccionar de modos aún más radicales. Olvidan que a un tirano siempre le ha seguido otro, y que la sangre no mata las ideas. Ni las ideas matan a la gente. Ni es una persona una idea sino algo completamente, infinitamente más vasto e inabarcable con etiquetas de ismos.

Un existir sin amar es el infierno. De lo infernal nunca tendremos la salida a ningún futuro mejor.

Hay personas que olvidaron que, la mayoría de las veces, es improbable reparar el daño que hacemos. En la última de las instancias devolver la vida, como le dice Gandalf a Frodo:
«Gollum merece la muerte. La merece, sin duda. Muchos de los que viven merecen morir y algunos de los que mueren merecen la vida ¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos

En esta turbulencia no encuentro más atinada frase para cerrar que la del Tao Te Ching:

«Por tanto el Maestro actúa sin hacer nada y enseña sin decir nada.
Las cosas surgen y él las deja llegar;
Las cosas desaparecen y él las deja marchar.
Pero él tiene y al mismo tiempo no posee nada, actúa pero no espera nada.
Cuando su trabajo está hecho, él lo olvida.
Es por ello que dura por siempre.«

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